O que é ser politicamente realista hoje?

¿Qué es ser políticamente realista hoy?

Por Paul Krugman (*)

“Seamos francos: los tertulianos y columnistas políticos que dicen que lo que realmente quieren los electores es un candidato que les haga sentir bien y poner fin a los duros rifirrafes partidistas, no hacen sino proyectar sus propios deseos en la opinión pública” . Hablando en términos generales, los competidores mejor situados en la carrera para la nominación del Partido Demócrata están ofreciendo propuestas políticas similares, aun a pesar de la disputa en torno de la asistencia sanitaria. Pero hay grandes diferencias entre los candidatos en punto a sus convicciones sobre el desarrollo de una política progresista en la actual realidad.

En un extremo, Barack Obama insiste en que el problema de América es que nuestras políticas están actualmente inspiradas en el “resentimiento sectario”, e insiste en que él puede lograr hacer las cosas instalándose en “una manera distinta de hacer política”. En el extremo opuesto, John Edwards culpa de nuestros problemas al poder de los ricos y a los intereses granempresariales, y dice, en efecto, que América necesita otro F.D.R. [Franklin Delano Roosevelt]: una figura polarizadota que, aun atrayéndose grandes odios de la derecha, consiga sin embargo hacer grandes cambios.

Estos últimos días, el señor Obama y el señor Edwards han ido desarrollando argumentos de amplio alcance sobre la atención sanitaria que tienen directamente que ver con esa cuestión. Y yo tengo que decir que el señor Obama se ha mostrado, digamos, como un ingenuo. Los argumentos comenzaron durante el debate del Partido Demócrata, cuando la moderadora – Carolyn Washburn, editora de The Des Moines Register – sugirió que el señor Edwards no debería expresarse con tanta acrimonia contra los ricos y los particulares intereses granempresariales, porque “esos mismos grupos suelen conseguir que se hagan las cosas en Washington”.

El señor Edwards replicó: “Algunos sostienen que tenemos que sentarnos a la mesa con esas gentes, y que cederán de buen grado su poder. Yo creo que eso es completamente ilusorio; jamás ocurrirá”. Una colleja suficientemente explícita al señor Obama, quien ha dicho por activa y por pasiva que la reforma sanitaria tiene que negociarse en una “gran mesa” que incluya a las compañías de seguros y a las empresas farmacéuticas.

El pasado sábado, el señor Obama respondió, esta vez criticando al señor Edwards explícitamente. Declaró que “queremos reducir el poder de las empresas farmacéuticas y de las compañías de seguros, etc., pera la idea de que ellas no tienen absolutamente nada que decir al respecto no es precisamente realista.” Humm…¿Se darán cuenta esos partidarios del señor Obama que tanto celebran su preciada capacidad para unirnos de que ese “nos” incluye a los lobbies de las compañías de seguros y de las empresas farmacéuticas?

Está bien, digámoslo con más seriedad: quien realmente es irrealista aquí es el señor Obama dando a entender que las industrias aseguradora y farmacéutica -que son, en buena medida, la causa de nuestros problemas de asistencia sanitaria- jugarán un papel constructivo en la reforma sanitaria. Lo cierto es que no hay manera de reducir el despilfarro bruto de nuestro sistema de salud, sin reducir al propio tiempo los beneficios de las industrias generadoras de ese despilfarro.

Por consecuencia, las empresas aseguradoras y farmacéuticas -respaldadas por el movimiento conservador en bloque- se opondrán implacablemente a cualquier reforma significativa. ¿Y qué haría entonces el señor Obama? “Yo iría a la televisión y diría que Harry y Louise mienten”, dice. No me cabe duda de que los lobistas están ya aterrorizados. Como con la asistencia sanitaria, así también con el resto de la agenda política progresista. Quienquiera que crea el próximo presidente de los EEUU puede lograr un cambio real, sin librarse a un amargo enfrentamiento vive en un mundo de fantasía.

Lo que me causa una enorme preocupación: en un sentido importante, el señor Obama se ha convertido, en efecto, en el candidato anti-cambio. Una poderosa marea populista está barriendo ahora mismo América. Por ejemplo, una encuesta reciente de Democracy Coros entre los votantes descontentos mostró que la afirmación más comúnmente elegida para explicar los males del país era ésta: “La gran empresa consigue todo lo que quiere en Washington”.

Y tenemos todas las razones para pensar que los Demócratas pueden ganar las elecciones del próximo año, si se resuelven a montar sobre esa marea populista. La prueba más reciente la dieron sendas sesiones de grupo organizadas por Fox News y la CNN durante el debate del Partido Demócrata la semana pasada: ambas declararon al señor Edwards claro vencedor. Pero los noticieros de los medios de comunicación retroceden ante los llamamientos populistas. El Des Moines Register, que apoyaba al señor Edwards en 2004, lo rechaza ahora con el argumento de que su “dura retórica antiempresarial le dificultaría el trabajo conjunto con el mundo de los negocios necesario para construir el cambio.”

Y aunque The Register apoyó a Hilary Clinton, el máximo beneficiario de la alergia mediática al populismo ha sido claramente Obama y su mensaje de reconciliación. De acuerdo con un reciente estudio realizado por el Project for Excellence in Journalism, la cobertura mediática del señor Obama ha resultado mucho más favorable que la de cualquier otro candidato.

¿Qué ocurrirá, si el señor Obama resulta nominado?

Probablemente ganará las elecciones, pero no a lo grande, como lo haría un candidato montado en una plataforma populista. Seamos francos: los tertulianos y columnistas políticos que dicen que lo que realmente quieren los electores es un candidato que les haga sentir bien y poner fin a los duros rifirrafes partidistas, no hacen sino proyectar sus propios deseos en la opinión pública. Y nada de lo que el señor Obama ha dicho sugiere en lo más mínimo que sea consciente de las durísimas batallas que le aguardan, si llega a presidente y trata de hacer algo.

 

(*) Paul Krugman es uno de los economistas más reconocidos académicamente del mundo, y uno de los más célebres gracias a su intensa actividad publicística y divulgativa desde las páginas del New York Times. Colaboró en su día con el grupo de asesores de economía del Presidente Clinton, pero la dinámica de la vida económica, social y política de los EEUU en el último lustro le ha llevado a diagnósticos tan drásticos como lúcidos del mundo contemporáneo.